viernes, 27 de marzo de 2015

A una sonrisa.

De delicada carne y piel rosada,
con sus gestos mi alma entera enternece.
Fina luna decreciente parece,
que siempre me pedía ser besada.

Cuando aquella hace su triunfal entrada
el día completo me resplandece,
y su redondo moflete aparece,
piel del cual parece terciopelada.

Magnificencia que me dio la vida,
nada queda que como ella me llene,
porque en mí ha dejado una inmensa herida.

A casa su calor ya nunca viene,
pues su llama fiera acabó extinguida,
mas por ella mi ser su amor retiene.



Este soneto está dedicado a la más preciosa de todas las sonrisas que he visto desde que tengo conciencia. Sonrisa que nunca me he cansado de ver. Sonrisa que nunca me he cansado de hacer salir, tímida y no tan tímidamente. Sonrisa que guardaré en mi memoria hasta el fin de mis días.